En el terreno humano, entendió la vida como un aventura febril y turbulenta, con marcada propensión a las actitudes retóricas y a los actos desafiantes hasta el delirio.
Su sentido casi "estético" de lo heroico le llevó a rebelarse contra una sociedad a la que consideraba sumida en el vacío espiritual y la decadencia moral.
En 1970, por coherencia con su propio pensamiento, se suicidó según el ritual del hara-kiri.
El 25 de noviembre de 1970, un escritor japonés, acompañado de su más cercano amigo (Morita), y tres jóvenes más, se dirigen al Ministerio de Defensa en Tokio. La víspera, el escritor, Yukio Mishima ha entregado a su editor el último manuscrito revisado, ha cenado con sus cuatro fieles seguidores y se prepara para ejecutar en su cuerpo y en el de su amigo, el tradicional haraquiri.
Al apuntar el día 25 ha tomado una ducha, se ha afeitado meticulosamente y lleva su uniforme ritual.
Llegan al local del Ministerio de Defensa, secuestran a un general y lo obligan a convocar a la tropa.

La escritora Marguerite Yourcenar, recoge en su biografía del escritor japonés el relato de estos últimos momentos ante ochocientos soldados:
"Mishima abre la puerta-ventana, sale al balcón y salta, como buen atleta sobre la balaustrada: 'Vemos al Japón emborrachándose de prosperidad y hundiéndose en un vacío del espíritu. Vamos a devolverle su imagen y a morir haciéndolo ...:
"Las injurias, las palabras malsonantes, ascienden hacia él. Las últimas fotografías lo muestran con el puño crispado y la boca abierta, con esa fealdad especial del hombre que grita o que aúlla, un juego fisonómico que denota ante todo un esfuerzo desesperado para hacerse oír, pero que recuerda penosamente las imágenes de los dictadores y de los demagogos, sean del lado que sean, que desde hace medio siglo han envenenado nuestra vida. Uno de los ruidos del mundo moderno se agrega en seguida a los abucheos: un helicóptero que han solicitado da vueltas por encima del patio, llenándolo todo con el estruendo de sus hélices.

De otro salto, Mishima vuelve al balcón, abre de nuevo la puerta-ventana, seguido por Morita, quien lleva una bandera desplegada con las mismas peticiones y protestas; se sienta en el suelo, a un metro del general, y ejecuta, punto por punto, con un perfecto dominio, los mismos movimientos que le vimos hacer en el papel del teniente Takeyama. El atroz dolor, ¿fue el que él había previsto y en el que trató de instruirse cuando fingió la muerte? Había pedido a Morita que no lo dejase sufrir mucho tiempo. El muchacho intenta abatir su sable, pero las lágrimas le empañan los ojos y sus manos tiemblan. Sólo consigue infligir al agonizante dos o tres horribles cuchilladas en la nuca y en el hombro. "¡Dame!" Furu-Koga empuña diestramente el sable y, de un solo golpe, hace lo que había que hacer. Mientras tanto Morita se ha sentado en el suelo a su vez y toma la daga que estaba en la mano de Mishima. Pero le fallan las fuerzas y sólo se hace un profundo arañazo. El caso está previsto en el código samurai: el suicida demasiado joven o demasiado viejo, demasiado débil o demasiado fuera de sí para hacer bien el corte, debe ser decapitado. "¡Adelante!" "Es lo que hace Furu-Koga".
De ese modo Yukio Mishima fundía su vida con su obra. Y se convertía en un personaje clave de este siglo, para un Japón desgarrado por la modernidad.
www.islaternura.com/APLAYA/NoEresElUnico/M/Mishima/MishimaUNICO.htm
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