Una libertad sin contenido es como una mano que intenta atrapar el viento, «basta con preguntarse cuántos hombres verdaderamente libres conocemos», pues precisamente por querer ser más libre se destruyen los lazos que unen a las raíces y se acaba siendo un esclavo, el prototipo de nuestros errores es el supuesto hombre autónomo. Mientras que la verdadera libertad es «descubrir el árbol para ver en donde se anclan las propias cadenas». No basta ser un «buen chico» para evitar la carcel. En la parábola, el hijo que se queda en casa es en el fondo “un formalista”, un moralista malicioso, todo lo contrario de un buen ejemplo humano, es el prototipo de nuestros errores, el hombre autónomo he aquí todo el drama humano, en esta “obediencia libre”.
La libertad no se encuentra ante un abanico de propuestas equiparables sino que es una experiencia muy precisa, si no se percibe que la libertad humana se pone en jaque ante la realidad, si se amputa la relación directa entre el yo y el Misterio infinito que nuestra libertad finita proclama a cada paso, no hay salida: no solo el ateo sino también el hombre religioso queda enjaulado.
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