LA CUEVA ENCANTADA
En los límites de Aguascalientes y Zacatecas hay un rancho cerca del Cerro del Lagunero. Allí vive mi abuelita Cruz, quien platica que en el cerro una cueva está encantada.
Dice que hace muchos años hubo una temporada en la que los bandidos asaltaban las casas y se llevaban el dinero y las pertenencias de la gente; por eso las personas más ricas decidieron esconder su capital dentro de una cueva del cerro.
Una noche se reunieron doce hacendados frente a la cueva. Cada uno había llevado sus riquezas más preciadas: oro, joyas, recuerdos de familia y hasta uno que otro cerdo y gallinas ponedoras. Poco a poco metieron sus cosas al interior de la cueva, pero en su afán de ocultarlas tan bien, entraron a lo más profundo y ya no pudieron encontrar el camino de regreso.
Sus familiares hicieron esfuerzos por rescatarlos, mas fue inútil. Los hombres desaparecieron y, junto con ellos, todas sus riquezas. Entonces, los parientes se pusieron de acuerdo para cerrar la entrada de la cueva y encantarla; de esa manera, quien deseara robar su tesoro, tendría que arriesgar la vida.
Así, taparon la cueva y escribieron frente a ella que la entrada se abriría nada más los días santos a la medianoche. También dejaron claro que la única forma de romper el hechizo era que entraran doce hombres dispuestos a luchar con los doce fantasmas de los hacendados y uno de los hombres debería morir.
Desde entonces, nadie lo ha intentado. Mi abuelita oyó decir que algunas personas han escuchado ruidos extraños cerca del cerro, como quejidos y el cacarear de unas gallinas. Otros más aseguran que vieron a los doce fantasmas cuidando la entrada de la cueva. Por eso rara vez alguien pasa por ahí, pero quizá un día haya doce valientes que se atrevan a desencantar la cueva.
En los límites de Aguascalientes y Zacatecas hay un rancho cerca del Cerro del Lagunero. Allí vive mi abuelita Cruz, quien platica que en el cerro una cueva está encantada.
Dice que hace muchos años hubo una temporada en la que los bandidos asaltaban las casas y se llevaban el dinero y las pertenencias de la gente; por eso las personas más ricas decidieron esconder su capital dentro de una cueva del cerro.
Una noche se reunieron doce hacendados frente a la cueva. Cada uno había llevado sus riquezas más preciadas: oro, joyas, recuerdos de familia y hasta uno que otro cerdo y gallinas ponedoras. Poco a poco metieron sus cosas al interior de la cueva, pero en su afán de ocultarlas tan bien, entraron a lo más profundo y ya no pudieron encontrar el camino de regreso.
Sus familiares hicieron esfuerzos por rescatarlos, mas fue inútil. Los hombres desaparecieron y, junto con ellos, todas sus riquezas. Entonces, los parientes se pusieron de acuerdo para cerrar la entrada de la cueva y encantarla; de esa manera, quien deseara robar su tesoro, tendría que arriesgar la vida.
Así, taparon la cueva y escribieron frente a ella que la entrada se abriría nada más los días santos a la medianoche. También dejaron claro que la única forma de romper el hechizo era que entraran doce hombres dispuestos a luchar con los doce fantasmas de los hacendados y uno de los hombres debería morir.
Desde entonces, nadie lo ha intentado. Mi abuelita oyó decir que algunas personas han escuchado ruidos extraños cerca del cerro, como quejidos y el cacarear de unas gallinas. Otros más aseguran que vieron a los doce fantasmas cuidando la entrada de la cueva. Por eso rara vez alguien pasa por ahí, pero quizá un día haya doce valientes que se atrevan a desencantar la cueva.
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