En un tiempo de rebeldía anónima y carne de horca,
de lucha encarnizada por la obtención
de un sombrío espacio en la república de la mediocridad idealizada,
de rivalismo primario en pos de lo fútil, trivial, anodino y nulo,
violencia y conformismo se dan la mano
y la primera hace esclavo al segundo.
La sumisión no disimulada al gusto unánime se diviniza
y el fingido bienestar enmascara a través de opacas sonrisas forzadas
la amargura de una existencia sin metas.
Pretendidos apóstoles de la diversidad
proponen un mundo uniformado.
En la era de la desinformación encubierta
el neovulgo danza extenuado y feliz
al son de convicciones falsas,
de la ficción hecha posibilidad siempre a punto de alcanzarse
y que no se realizará nunca.
Creyendo saltar simples baches que ocultan abismos
la multitud cae sin percibirlo en simas unidireccionales,
en profundidades sedientas de sudor, sangre y huesos
de los que no quedará el mas leve rastro.
Rubricado con sonrisas ficticias
el mensaje de la nueva esclavitud se extiende
edulcorado por necesidades no necesarias,
fachadas de felicidad no obtenida,
masificación de lo ya masificado.
En un tiempo de mentiras gloriosas
aceptadas sin conocer la resistencia de una duda apenas esbozada,
la humanidad camina mas torpe que nunca
dando traspiés en la noche al borde de un precipicio sin retorno,
creyendo que es la luz de las estrellas la que brilla en sus pupilas
cuando los multicolores reclamos luminosos
de lejanos centros comerciales, parpadean haciendo sonreír a sus ojos.
En un tiempo de rebeldía sin nombre
y de carne desmenuzada en mataderos que a pesar de todo, no existen,
la sangre del hermano se derrama pero no importa,
porque el elixir de la vida que a nosotros mismos nos robamos
y que creemos que nos pertenece por derecho de compra,
se nos escapa antes de haberlo consumido
más fácilmente que el propio tiempo
y que el agua que se desliza entre los dedos.
Mesías de la libertad buscan esclavos dispuestos a gritar sus consignas
para quedarse en retaguardia a esperar el beneficio
y lavar con sangre buena la suciedad de sus palabras.
En un tiempo que proclama para sí mismo
ser el mejor de todos los habidos
y el único perfecto de todos los posibles,
el hombre respira hondo, orgulloso y satisfecho de su obra
y llena los pulmones de gases letales
que no perdonarán jamás a aquel que les dio cuerpo.
Autor: Antonio Montero.
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